LITERATURA

HOMENAJE A MACHADO
HOMENAJE A MACHADO

Aquí también, a veces, vemos caer las hojas, Antonio. // Aquí también, a veces, hiela el corazón y siento el frío. // Sentado ante la piedra que te cubre en Colliure, // al lado de un ciprés, esperando la nada, // te he traído unos versos del color de la ausencia. // Y siempre tu recuerdo me persigue, me alcanza, // helado el corazón y siento el frío. // El frío del silencio de la noche que acecha // para siempre perdida tu aurora navegable. // Tuvieron que arrancarte de lo que má querías: // del alba tricolor, del Sur de tus amores, // y Sevilla y tu patio, // y el olor de azahar, a suspiros, a rosas ... // He visto a Leonor en la isla de los sueños, // he visto a Guiomar vagar entre las nubes; // coronadas de estrellas, brillar entre las olas, // presas de un sol radiante que anuncia un nuevo día. // Y siempre tu memoria me persigue, me alcanza, helado el corazón y siento el frío. // Soria triste, callada, respira tu silencio

Manuel Jerez Martín 2005

MI RECUERDO
MI RECUERDO

Apoyo el rostro entre mis manos y miro a los niños desde el ventanal. Todos ellos disfrutando de los preciosos regalos recibidos en este día tan mágico. Les observo imaginándome a mí misma jugando con ellos, sonrío. Pero queda poco para el anochecer y con él se irán ellos también, quedándome aquí sola, sin juguetes. En una eterna espera. Desvío la mirada a mis pequeñas manos, triste.

Puedo oír los sollozos de mamá y la dulce voz consoladora de papá.
Ya no puedo sentir el vínculo que me unía a ella, a esa sabia anciana, con la cual amaba pasar el tiempo. Oigo cómo mamá baja las escaleras y solo espero que sus palabras me comuniquen lo que ya auguro. Pero de su boca no sale sonido, solo asiente desconsolada, lo que da indicios de que lo esperado ha ocurrido.

Jamás podré volver a escuchar los cuentos que me contaba al dormir, ni siquiera podré ese cariño con el que me trataba, pero sobre todo jamás volveré a oír esa dulce voz que en un instante podía calmar mis peores llantos.

Abrazo a mamá y se que los recuerdos de esa anciana, de mi abuela, siempre estarán en mí.

Libe Grimaldi

EL MAR, LA MAR
EL MAR, LA MAR

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!

Rafael Alberti

Y apenado por no poder tomar los dos

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,

Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie

Mirando uno de ellos tan lejos como pude,

Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente,

Y habiendo tenido quizás la elección acertada,

Pues era tupido y requería uso;

Aunque en cuanto a lo que vi allí

Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,

¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!

Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,

Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro

De aquí a la eternidad:

Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,

Yo tomé el menos transitado,

Y eso hizo toda la diferencia.

Granada era una corza rosa por las veletas.

Granada era una luna ahogada entre las yedras.

¡ Ay amor que se fue por el aire !

¡ Ay amor que se fue y no vino !

KAZUO ISHIGURO
KAZUO ISHIGURO

Nobel de literatura en 2017. Es un autor que merece la pena leer. Cada obra suya te deja un sabor único en la boca, pero al mismo tiempo todas tienen esa particularidad que te hace reconocer enseguida a Ishiguro.

Mis dos obras favoritas de este autor son El gigante enterrado y Nunca me abandones.

Laura Molina Durán

TE TENGO GANAS
TE TENGO GANAS

Porque te tengo ganas justo al levantarme, justo en el momento en el que un cálido rayo de luz
acaricia mi rostro haciéndome retorcer en la cama.

Te tengo ganas justo al tirar de las sábanas y pensar que tus ojos zafiros se unirán a los míos.

Te tengo ganas al girar cada esquina y pensar que estarás a mi lado.

Te tengo ganas incluso al caminar por las bellas calles de Bonn e imaginarte tomar mi mano.

Te tengo ganas al pensarte mientras miro a través de una ventana del tren el paisaje en movimiento con rumbo a no sé donde.

Justo te tengo ganas por la mañana, tarde y noche, a cualquier hora.

Porque las ganas que te tengo son una melodía incesante.

Libe Grimaldi

RELATO

La habitación de papel

                                   Laura Rodríguez Suárez

Fernando está nervioso. Desde que finalizó su contrato en la residencia de ancianos más famosa de Illinois no había encontrado trabajo. Y eso ocurrió unos cuatro meses atrás. Tenía miedo de perder la oportunidad de ese nuevo centro de cuidados, dado que el mismo tenía muy buenas referencias y no sabía cuándo tendría otra solicitud de empleo. Observó el gran edificio acristalado situado en frente suyo, respiró hondo y se dijo "vamos allá".

La recepción era muy luminosa, adaptada con sofás para los mayores que quieran descansar, con maquinaria de transporte para aquellas personas con movilidad reducida y con cuadros de estilo hiperrealista que representan bellos bosques que transmiten serenidad, libertad y vida. La gente va de un lado a otro, mirando sus teléfonos o manteniendo conversaciones privadas entre sí. El joven ansioso avanza con paso firme hasta el mostrador y se dirige a la señorita que se encontraba tras el mismo, mirando a una pantalla.

- Hola, buenos días. Me llamo Fernando Pérez. Venía por una vacante en este establecimiento.

La chica dirige su mirada hacia él por un instante para luego volverse a sumergir en el ordenador.

- Muy bien señor, déjeme comprobar sus datos *desliza y recorre con sus manos todo el teclado como si de un piano se tratara, metiendo la información que el hombre le dio*. Si, está en lo cierto. Le han dado a... *el rostro serio y profesional de la secretaria de inundó por un momento con un gesto de circunstancias, y tras un segundo de silencio, siguió hablando* a la paciente 132.

- Perfecto. ¿Con quién tendría que hablar para poder llegar hasta ella? *le había preocupado la fugaz muestra de preocupación de ella, pero no iba a permitir que eso le frustrara sus objetivos*. Querría empezar lo antes posible.

- Deme un segundo *llamó por teléfono a una tal doctora Ruiz para que acudiera a recepción, seguramente a recogerme*. La doctora a cargo de la paciente llegará de un momento a otro. Mientras, puede tomar algo de las máquinas o entretenerse con alguna revista.

- De acuerdo, muchas gracias *se dispuso a poner rumbo hacia los sofás que había visto anteriormente, pero se detuvo y, tras unos segundos de reflexión, decidió volver a solicitar la atención de la mujer*. Perdone, pero no pude evitar percibir que su rostro cambió cuando vio que reciente se me había asignado. ¿Puedo preguntarle la razón?

La chica le miró dubitativa, y tras debatir consigo misma qué hacer, le miró con firmeza.

- La paciente 132 no es alguien corriente. Es una de las poquísimas residentes que no salen de su cuarto. No sé detalles sobre su caso ni sé qué problema tiene con el mundo, pero lo cierto es que nadie aguanta con ella más de dos semanas.

- ¿A qué crees que se debe?

- Realmente no lo sé. Ella no es una niña agresiva ni problemática en verdad, pero en ese tiempo, logra arrebatar a sus cuidadores toda esperanza de éxito.

Fernando se llenaba de tristeza a medida que la joven recepcionista le daba información. ¿Qué hecho haría que una niña aparentemente tranquila y buena se encerrara en sí misma, negándose a contactar con el mundo exterior. Toda esa emoción se fue convirtiendo en emoción y en determinación. Esa niña estaba en sus manos, y nada haría que la soltara en el abismo.

- Perdone, ¿Es usted el señor Pérez?

Una voz le devolvió a la realidad. Se volvió para ver a la portadora de la misma, y se encontró con una mujer rubia y atractiva, pero con semblante duro y serio. Daba una imagen de jefa que, por la reacción que hizo la secretaria, no era equivocada. Al ver que la doctora fruncía el señor ante la tardanza de la respuesta que solicitaba, el chico afirmó, y ella le hizo un gesto indicando que la siguiera a través del pasillo.

- Su paciente es la de la habitación 132. Se llama Elisa, y tiene 11 años. Puede oír y hablar, aunque nunca responda cuando se le habla. Con suerte, te dirige por unos segundos su mirada. Es tímida y fría, y su problema está empezando a superar el limite.

- Perdone *comento el chico, que en todo el trayecto no había hecho más que escuchar* pero ¿cuál es el problema del que habla?

- Ella no se relaciona con el mundo. Ni con la gente ni con el medio. Se encierra en su cuarto, realizando una única actividad: escribir.

- ¿Y qué escribe?

- Sus pensamientos.

- ¿Y qué tiene de malo ello? Si en muchos casos se usa como terapia.

- Esa escritura no es una terapia, señor. Es una compulsión. Siente la incontrolable necesidad de Escribir todo lo que inunda su mente. La exageración es tal que prácticamente todas las paredes y superficies de su habitáculo están repletas de trozos de papel. Y cada vez que limpiamos todo de su habitación, se queda en una esquina por días, sin hacer nada, como si intentará recopilar toda la información perdida, para volver a plasmarla. Es... derrotador. Lleva en nuestro centro desde los cinco años, y prácticamente no ha cambiado nada. Si sigue así..., tememos que nunca salga de aquí *se crearon unos segundos de silencio incómodo, en los cuales ambos adultos intentaban calmar el nudo en el pecho que se les formaba ante la idea de que esa niña no pudiera desarrollarse normalmente ni saber lo que es vivir*. He leído sus trabajos, señor Pérez. Su currículum es impresionante y sinceramente, creo que usted es la última posibilidad que tiene esa chica *la señora se detiene en seco, da media vuelta para quedarse cara a cara con el nuevo contratado y extiende su brazo derecho, señalando una puerta con un cartel en la parte superior: 132*. ¿Está listo?

Fernando la miró con un semblante firme y asintió. Ella hizo lo mismo, y tras sacar su llave maestra y meterla en la cerradura, abrió la puerta.

Nada más entrar, pudo verificar la versión de la doctora: prácticamente todo lo visible eran trozos de papel. Todos los muebles, todos los cuadros... Todo estaba recubierto de trozos de papel de tamaños varios que contenían palabras en un lenguaje extraño. Lo único no perteneciente a dicho paisaje era el cuerpo de Elisa, sentada en el escritorio, escribiendo esos textos que tan fuertemente controlaban su vida.

- Buenos días Elisa. ¿Qué tal te encuentras hoy? *La niña no emitió respuesta alguna ante la voz de la doctora, tal y como le había indicado ésta* Hoy vengo con alguien especial *se hizo a un lado, dejando al joven hombre totalmente a la vista*. Este es el señor Fernando Pérez, y será tu nuevo cuidador *Elisa le miró de reojo por dos segundos y a continuación volvió a mirar a la hoja de papel*. Os dejaré a solas. Tendréis mucho de que hablar *La mujer le sonrió al chico para darle fuerzas, y acto seguido, salió de la habitación, cerrando tras de sí*.

Su mente estaba inundada de preguntas: ¿Por qué se comportaba la niña así? ¿Por qué tenía que escribir todo eso? ¿Qué lengua utilizaba en sus proyecciones de pensamiento? ¿Por qué no puede deshacerse de los papeles? ¿Cómo podría llegar a romper ese gran muro que había construido para todo el mundo?... Eran demasiadas preguntas, y debía responderlas todas para saber cómo ayudarla a solucionar su problema. Pero lo primero era lo primero. Debía lograr que ella le hablara. Para ello, debería entrar un poco en su locura, y de ese modo comprenderla mejor.

Decidió recorrer la habitación. En la pared de la izquierda había un armario, el cual al abrir comprobó que, en él, la niña guardaba su ropa. Ésta estaba limpia y ordenada, aunque había alguna que otra prenda descolocada. Otro detalle llamaba su atención: no había papeles en el interior. ¿Por qué?

Continuó observando. Al lado del armario había una caja grande con un candado. ¿Qué ocultaría una chica de su edad en una caja tan grande?

La pared que se encontraba frente a la puerta de la entrada estaba compuesta de un ventanal, que curiosamente, no tenía apenas papeles pegados; y a los pies de la misma se hallaba un peluche de un gran oso panda. ¿Por qué aquí no habrá colocado papeles? Se preguntó, cada vez más confundido.

Por último, observó la pared en donde se encontraba empotrado el escritorio de la chica. En ella habían colgados varios cuadros que estaban completamente ocultos por varias capas de papel. ¿Qué ocultan? Rozó con la yema de los dedos la superficie de uno de ellos, e hizo un descubrimiento extraño: tenía muchas más capas de papel que cualquiera de las paredes. "Esto no encaja" se dijo. En ese momento, se percató de otro hallazgo aún más desconcertante: había una estantería mediana colgada de la pared, la cual a pesar de estar cubierta de trozos de folios, los libros que sostenía no tenían nada pegado en las cubiertas. Fernando cogió uno de ellos y lo abrió, revisando rápidamente las páginas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la doctora se equivocaba en su diagnóstico. Esa niña no tenía una escritura compulsiva. Su problema era algo más profundo. Conociendo ese gran detalle, se acercó a la joven, la cual no se había movido, excluyendo lo correspondiente a la acción de escribir.

- Hola Elisa. Me han dicho que estás aislada del mundo y de todo lo que es ajeno a esta habitación, al igual que me han contado lo de tu compulsión... Es triste, ¿Verdad? Que no se den cuenta de que son ellos los que te aíslan a ti *justo cuando acabo de pronunciar esas palabras, el ruido del grafito deslizándose sobre la celulosa del papel cesó. Fernando sonrió para sus adentros y siguió con su hipótesis*. No te han prestado la suficiente atención para darse cuenta de lo que realmente te pasa, tratándote como a una loca sin remedio, y eso ha hecho que te aisles más de lo que querías. En primer lugar, en el interior del armario no hay ni un solo papel, al igual que en el ventanal y en las carcasas de los libros. Si de verdad tu escritura fuera compulsiva, no habría nada en tu alrededor que se librara de estar revestido de ella. Pero, como se puede ver, eso no es así. En segundo lugar, los libros no tienen las páginas ni escritas ni arrancadas. No has tenido la necesidad de llenarlos de tus escritos. Al contrario, están muy bien conservados, lo que indica que te gusta mucho leer. Eso es muy curioso, la verdad. Muestra que haces otras cosas aparte de escribir todo esto *abrió los brazos, señalando toda la habitación*. En tercer lugar, la parte central de los cuadros tienen muchas más capas de papel que todo lo demás. Esto no ocurriría por una obsesión de cubrirlo todo con una escritura compulsiva, sino por una necesidad de enterrar los recuerdos que esconden esas fotografías. ¿O me equivoco? *La chica dejó el lápiz encima del escritorio y se giró lentamente en su silla. Por primera vez, le miró directamente a los ojos. Su pelo castaño rizo le tapaba levemente sus ojos verde oliva y sus pecas, pero aún así pudo ver su expresión. Mostraba sorpresa, tristeza complicidad... Se notaba que las palabras de aquel joven experto habían llamado su atención, como si ella supiera que por fin alguien podría descifrarla. Él le sonrió y, acercándose a ella, siguió hablando*. Tu en verdad no estás mal de la cabeza. Solo estás asustada por algo, y creo que el acto de escribir hace que las cosas hirientes que están en tu cabeza se vayan por un momento... Pero ese algo que te martiriza es tan potente que te mata por dentro, hasta tal punto que no paras de escribir para poder respirar aunque sea un segundo *los ojos de Elisa se empezaron a humedecer. Por un lado, eso decía que el estaba acertando todo, y por otro, que realmente ella estába pasando por eso... Cosa que entristecía mucho al hombre* . Y sé que lo del ventanal también tiene un significado, pero como comprenderás, no soy adivino ni tengo una bola mágica para averiguarlo con lo que sé *la chica sonrió*. Quiero conocerte mas y por comprenderte para así poder ayudarte a dejar todo este dolor atrás, pero para ello necesito saber toda la historia, y eso es algo que solo tú puedes facilitarme *él le tendió una mano y la miró a los ojos* por favor... Solo tú puedes ayudarme a sacarte de esa oscuridad que te envuelve.

Dudosa miro la mano que el chico le otorgaba. Nunca nadie se había preocupado en descubrir el porqué estaba así. Y el que al fin alguien la viera y la quisiera ayudar de verdad... La conmovió. Levantó su mano y sintió como las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas en el momento en el que ambas manos se tocaron. El tiro levemente de ella, se agachó apoyando su rodilla derecha en el suelo y la abrazó tan fuerte como pudo. El dolor que estaba sufriendo aquella muchacha hacia que ardiera la necesidad de ayudarla que tenía su nuevo cuidador. Era un alma atada en una electrocución eterna, y él se encargaría de librarla de esas cadenas para que volviera a su cuerpo actualmente inerte y, así, resurgiera más fuerte que nunca, dispuesta a vivir cada segundo. Tras refugiarse en aquel abrazo lleno de emociones que hacía mucho que no sentía, como lo eran el amor y la ternura, se soldó delicadamente de entre sus brazos y le agarro por la camiseta para así conducirlo hasta el baúl cerrado. Abrió su colgante y de él saco la llave que liberaba la atadura. El cofre cubierto de papel estaba lleno de lo que parecían ser recuerdos de la vida que tuvo antes de ser confinada en aquella institución. De su interior recuperó un pequeño muñeco de tela que parecía algo quemado.

- Este muñeco... *empezó a decir Elisa, con la voz algo temblorosa* me lo hizo mi abuela materna cuando nací. Fue el primer muñeco que tuve. Yo vivía con ella y con mis padres. Éramos una familia feliz. El único problema que había en nuestras vidas era el dinero. Mi abuela estaba enferma, ¿sabes? Y mis padres tenían que trabajar muy duro para poder pagar su tratamiento y mi escuela. Querían que tuviera un buen futuro... Me querían todos mucho. Pero yo era egoísta. Quería que estuvieran más tiempo conmigo. Por eso a veces me enfadaba cuando me prohibían salir de casa sin su permiso. Es que ellos llegaban y se iban a dormir, y luego vuelta a trabajar. ¡Así me era imposible salir con mi mejor amiga! Y no me parecía justo que, encima que no jugarán conmigo, no me dejaran este con la única persona que si lo hace: mi amiga. Por ello, el día de su cumple, como sabía que ellos no me dejarían salir, aproveché para escaparme cuando dormían. Volvería en dos horas y no se habrían enterado, pero... Se me había olvidado que había puesto la cafetera al fuego para que mis padres tuvieran al despertar. Debió saltar una chispa o algo y... *Sus ojos se pusieron rojos y comenzó a llorar sin poder remediarlo*. Cuando volví a casa, estaba todo en llamas. Sólo podía ver humo y fuego. Los bomberos ya estaban intentando controlarlo, pero era inútil. Mi casa se había convertido en un infierno; y mi vida, también. Porque a pesar de no verles, lo sabía. Ellos estaban dentro. Mi familia había muerto. Y yo no podía hacer nada más que quedarme ahí. Quieta. *dirigió su mirada al ventanal, por el cual se podían observar el comienzo del ocaso*. No sé muy bien qué pasó entonces. Creo que vino la policía y me trajo a este centro, porque es el único que abre las veinticuatro horas. Pero no lo puedo decir con seguridad, porque estaba encerrada en mis pensamientos. Todo lo que hacían era por mí. No podían jugar conmigo porque trabajaban hasta no poder más para que yo pudiera comer. No querían que me fuera sola porque tenían miedo de que me secuestraran. ¿Y que hice yo a cambio de recibir todo ese amor? Les maté. Les desobedecí y les maté. Soy una persona horrible. No merezco estar viva después de lo que hice *tapó su cara con las manos y se desplomó, sentándose sobre sus piernas. El contar lo que pasó la había dejado exhausta. Y el liberar todas esas emociones y presiones hizo que se sintiera desahogada por primera vez. Nunca pensó que se lo contaría a alguien, ni que alguien la quisiera escuchar. De pronto, la invadió un gran temor. "Ahora que sabe que hice, me odiará. Me tratara como a un monstruo egoísta". La chica, con temor, se apresuró a mirar a Fernando, pero éste no la miraba ni con odio, ni con rencor, ni con desdén. La mirada del hombre rebosaba amor, compasión y pesar. Ella suspiró, se calmó y deslizó la yema de sus dedos por los papeles que yacían sobre el suelo*. Desde ese día, mi cabeza es inundada por frases de culpabilidad, suicidio y autoodio. Cuando eso ocurre, lo escribo, como dijiste antes, con la leve esperanza de que, al hacerlo, todo se arreglará y ellos volverán, pero... No ocurre y aún así, lo hago una y otra vez *arrancó un trozo de papel que contenía tres palabras nunca antes leídas por el joven, y señalándolas, comentó que era un lenguaje secreto que había inventado junto con su amiga en el pasado, y que decidió utilizar dicho idioma porque creía que si los doctores del centro leían todo lo que ella escribía, le mandarían a un psiquiátrico o algo peor. Él le preguntaba sobre su pasado y sobre ella misma, y ésta respondía cada vez más contenta por poder compartir cosas con alguien que realmente se preocupaba por ella. En un momento dado, el chico miró hacia el ventanal y recordó que quedaba una incógnita por contestar.

- Elisa, ¿por qué no pusiste papeles en el ventanal?

- Porque no podía *ella miró a través de los cristales, los cuales le otorgaba una maravillosa vista de toda la ciudad*. Es que este paisaje es tan bonito que, cuando me sentía mal, con solo observarlo lograba encontrarme mejor. Ha sido como mi canción de cuna durante todo este tiempo. Si lo tapara y me privará de estas vistas... Me habría ahogado en la oscuridad que habita dentro de mí, y sinceramente, me habría quitado la vida hace mucho.

Fernando la observó, y descubrió que había despertado una gran admiración por esa niña. Era la persona más fuerte que había conocido. Le sonrió y le cogió de la mano. Estableciendo un vínculo irrompible que los cambiaría a ambos.

A partir de ese día, la joven Elisa mostró una recuperación sorprendente e inesperada. Con Fernando a su lado, la chica fue solucionando sus problemas, y tras dos años de trabajo en equipo, le dieron el alta y fue adoptada por su querido cuidador. Desde entonces, la niña no volvió a sentirse infeliz ni sola, y se atrevió a conocer el mundo en color por primera vez en años, viviendo con el amor de su nuevo padre y consumiendo a sus fantasmas con la luz que pudo encontrar fuera de su cuarto revestido de papeles consumidos de odio. Y Fernando no sólo cumplió con su objetivo de frenar el malestar de Elisa, sino que ganó una hija maravillosa que cuidaría por siempre.

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